Explicaciones o aclaraciones de ciertos hechos mencionados en «cronología».
-
Anexo 1: Juan Ingallinella
17 de junio de 1955
El 17 de junio, Ingallinella repartió volantes cerca del Frigorífico Swift, en la zona sur de Rosario. Por la tarde, tres policías al mando del oficial Telémaco Ojeda llegaron a pie a su casa y lo detuvieron junto con su cuñado, Joaquín Trumper. Se fueron a la jefatura en el tranvía 18 y cada uno pagó su boleto. Una vez allí, mientras esperaban el ascensor -relató Trumper cinco décadas después- pasó un policía y dijo: «Hola Inga, hace mucho que no viene por aquí». Ingallinella siempre era de los primeros en ser buscados.
Poco después, todo cambió. Fue brutalmente torturado con la picana eléctrica por el comisario Francisco Lozón y otros policías, hasta que murió de un paro cardíaco. Tenía 43 años.
El 18 de junio de 1955, todos los detenidos quedaron en libertad y Lozón falsificó la firma del médico en el registro de salida. Después, exhibió ante sus cómplices una carta escrita a máquina por el propio jefe de policía, comisario Emilio Gazcón, como si hubiera sido dirigida por Ingallinella a su esposa. El falso mensaje a Rosa Trumper anunciaba que se iba del país. Para darle más credibilidad, Lozón dijo que él mismo la iba a enviar desde Entre Ríos.
LAS MOVILIZACIONES
De inmediato hubo movilizaciones de profesionales y estudiantes, y se formó una Comisión Universitaria para presionar por la investigación; el 13 de julio los trabajadores judiciales hicieron una huelga y el 2 de agosto la Confederación Médica de la República Argentina dispuso un paro nacional de actividades. El 20 de julio de 1955 el interventor federal de la provincia, Ricardo Anzorena, que hasta entonces había negado la veracidad de la denuncia ordena la detención del jefe y del subjefe de investigaciones y de otros policías así como el reemplazo del jefe de policía de Rosario, Emilio Vicente Gazcón, por Eduardo Legarreta y exoneró a los policías involucrados. El 27 de julio el ministro de gobierno de Santa Fe da un comunicado reconociendo que el Dr. Ingallinela «habría fallecido a consecuencia de un síncope cardíaco durante el interrogatorio en que era violentado por empleados de la Sección Orden Social y Leyes Especiales».
LA INVESTIGACIÓN JUDICIAL
La legislación entonces vigente había establecido el fuero policial, esto es que el personal de esa fuerza no era juzgado penalmente por la justicia común sino por un tribunal especial, el Consejo de Justicia Policial, el cual inicialmente trató de tomar el caso. Como el juez de instrucción Carlos Rovere también sostuvo la competencia, debió resolver el conflicto la Corte Suprema de Justicia de la provincia, la cual el 3 de agosto de 1955 se inclinó por el juez argumentando que los policías habían perdido su estado policial por haber sido exonerados.
Con la investigación judicial se puso al descubierto la maniobra de encubrimiento que se había realizado, tal como la desaparición de numerosas fojas del libro donde se asentaban los ingresos y egresos de detenidos. Lo sucedido con Ingallilena se pudo reconstruir con el testimonio de otros detenidos, de lo que surgió que Lozón quería ubicar el mimeógrafo donde se habían impreso los volantes, para lo cual torturaron a varios detenidos, incluyendo a Ingallilena, con la picana eléctrica.
Tiempo después, uno de los acusados, el oficial Rogelio Luis Delfín Tixie, rompió el pacto de silencio y contó que Ingallinella había fallecido durante la tortura y que su cadáver había sido enterrado cerca de la estación de trenes de Ibarlucea y luego trasladado a otro punto, en un vehículo de la División Investigaciones. La Justicia comprobó que se habían arrancado las 41 primeras fojas del libro de guardia del 19 de junio de 1955 del puesto de la Policía Caminera de Pérez, para borrar las huellas del traslado. No obstante, se constató que el vehículo utilizado había regresado a Rosario a las 21 de aquel día. Y al hacerse excavaciones en la zona indicada por el policía, se halló una tela que habría correspondido al sobretodo del médico. Sin embargo, nunca se supo dónde fueron llevados los restos de la víctima.
Tixie también involucró al ex jefe de policía Emilio Gazcón, quien según dijo encomendó personalmente a Lozón los procedimientos y le ordenó aplicar torturas.
- Anexo 1. A: El golpe en Rosario
«Rosario resistió seis días en las calles haciendo fuertes marchas. En la Zona Sur se destacó un cartel del barrio Villa Manuelita: «VILLA MANUELITA NO SE RINDE CARAJO». Se sucedieron marchas en Zona Norte, Zona Oeste, inclusive en la Zona Centro en la que en la tienda La Favorita su dueño, quien era un gran PERONISTA, había hecho poner en la puerta del negocio una gigantesca foto de PERÓN. También se concurrió a la costanera del río Paraná para ver pasar la cañonera Paraguaya que se llevaba a nuestro LIDER CONDUCTOR al exilio, quedando frustrados, había tristeza y lagrimas en nuestros ojos. Está heroica gesta de Rosario fue premiada por Perón con el nombre de ‘CAPITAL DEL PERONISMO'» (Testimonio del «Chancho» Lucero en Kopaitich).
El 16 de setiembre de 1955, cuando comenzó el movimiento insurreccional contra el gobierno popular, era la fecha señalada para la presentación en el Cine Real, en Bv. Oroño y Salta, del presidente del Consejo Superior del partido, doctor Alejandro Leloir.
Nadie daba créditos a las noticias que venían desde Córdoba y Buenos Aires.
Por calle San Martín centenares de trabajadores portuarios y ferroviarios, en su gran mayoría, se habían movilizado en defensa del gobierno constitucional.
Sobre Eva Perón, donde estaba la sede de la CGT, también aparecieron los gestos duros de los hombres que querían seguir viviendo en lo que entendían como un estado natural, bajo el gobierno de Juan Domingo Perón.
Para el lunes 19 de setiembre el mundo ya estaba patas para arriba.
Uno de los dirigentes de la CGT, Hugo De Pietro, difundió un documento llamando a la movilización de los obreros rosarinos:
«Compañeros, nuestro destino y la defensa de nuestra dignidad y de las conquistas logradas nos imponen no escatimar ningún esfuerzo, ni aún la propia vida».
Sería una profecía…
«El pueblo está a la expectativa. Puede producirse el cañoneo de las destilerías de Eva Perón» (La Capital, 20 de setiembre de 1955).
Cañones de un barco de la Armada argentina alimentada con combustible inglés, como denunciaría tres años después el entonces diputado convencional de la UCRI, Oscar Allende.
Hacia el 27 de setiembre, las crónicas periodísticas semejaban partes de guerra de un ejército de ocupación.
«La urbe amaneció dispuesta a reanudar sus actividades, pues así había sido acordado en el plenario realizado en la CGT… Sin embargo, los tranvías y ómnibus no pudieron correr por mucho tiempo pues, en algunos barrios, núcleos reducidos de personas amenazaban a conductores y pasajeros valiéndose de la falta de vigilancia en los coches y, en otro casos, procedieron a apedrearlos».
Nadie conducía a los obreros más que ellos mismos en aquellos días en que Rosario fue convertido en otra cosa.
«En cuanto a los obreros, en muchos casos llegaron hasta frente a las fábricas, pero no entraban a cumplir con sus obligaciones».
La rebeldía continuaba, aún a pesar de los «blandos», de los que después harían llamar a cierta rama del sindicalismo como la CGT «negra».
El autotitulado subdelegado de la central obrera rosarina, Marcos Méndez, llegó a emitir un mensaje por Radio Nacional, exhortando al «retorno al trabajo».
Su prédica era la lógica del sistema: ser obediente para poder sobrevivir. Un mandato de clase. «Compañero trabajador sea disciplinado», exigía Méndez.
Sin embargo, centenares de panfletos aparecieron sobre calle Ovidio Lagos y en la zona sur.
Los papeles no tenían firmas, pero convocaban a un paro general hasta tanto Perón volviera a la Rosada.
«Grupos perturbadores», calificaban los medios.
Aparecían también en las calles Córdoba y Provincias Unidas, Córdoba y Paraná.
En el Cruce Alberdi detuvieron a un tren que transportaba obreros hacia Pérez.
Los edictos justificaban la persecución.
Hacia finales de octubre de 1955, cinco vagones fueron incendiados. Llevaban cargas para Celulosa. Fue en la Avenida Francia, y en una de sus paredes, en forma extraña, apareció después de las llamas una P y una V.
Era el nuevo mundo saludado por las potencias de Occidente.
La Argentina ingresaba al Fondo Monetario Internacional. El salario que, en 1953 llegó a superar el 50 por ciento del Producto Bruto Interno Nacional, comenzaba a descender a menos del 30 por ciento.
Pero algo falló en los cálculos de los proveedores de la muerte.
Aquella primera etapa de la resistencia en Rosario se «hizo en los bares, en las casas, en las familias, en los barrios».
Reportaje del diario La Capital a José Mármol
– ¿Cómo se dieron los hechos en nuestra ciudad?
Los golpistas tenían planeado que Rosario debía ser la cabeza del levantamiento, porque suponían que el pueblo iba a salir a la calle y había que silenciarlo. Pero el Regimiento 11 de Infantería de nuestra ciudad se negó a reprimir. A partir del 16 de septiembre, los compañeros íbamos y veníamos en reuniones permanentes, con activistas de la zona Norte, donde lideraba Rodolfo «Colorado» Di Marco; con Héctor Quagliaro (ATE) y Ricardo Peixoto (Empleados de Comercio), y con Villa Manuelita, donde militaban muchos compañeros. En el cruce de la vía con Vera Mujica, que conectaba con Buenos Aires, habíamos hecho una barricada con durmientes sueltos cortando las vías. Esto lo hicimos porque ya se sabía que iban a traer tropas de Monte Caseros (Corrientes) para reprimir en Rosario. También obstruimos el cabín de la trocha angosta del Belgrano que iba al puerto, en la estación de 27 de Febrero y Juan Manuel de Rosas, y el ramal que unía con Buenos Aires. Estaba todo cortado. Y a la vez habíamos bloqueado con una barricada en la intersección de Ovidio Lagos y 27 de Febrero la única salida en esos años hacia la ruta a Buenos Aires (Lagos-Arijón-Ayacucho).
-¿En qué circunstancias resultó herido?
El día 24 de septiembre, cerca del mediodía, nos arrojaban bombas de tiempo desde helicópteros. A las 11.30, pasó un camión con soldados del 11 de Infantería, a los que trasladaban castigados a Córdoba por haberse negado a reprimir al pueblo. Uno de esos soldados, Juan Carlos Biaggioli, que me conocía, me dijo: «¡Negro, váyanse que vienen del Regimiento de Monte Caseros con orden de matar!». Y efectivamente fue así.
Alrededor de las cuatro de la tarde, las tropas venían por Ovidio Lagos (desde Rosario norte hacia el sur), tirando desde un camión.
Yo había puesto a la mañana, en una columna de la esquina de Ovidio Lagos y 27 de Febrero (donde hoy están la Farmacia Kennedy y un bar), los estandartes de Perón y de Evita, grandes, justo donde paraba el tranvía 15. Entonces, volví a subirme a la escalera, me envolví con una bandera argentina y los esperé gritando: «¡Viva Perón, carajo; la puta que los parió!». Me dispararon un balazo en el hombro derecho, cerca del cuello, y quedé tendido en la vereda. Cuando me quise levantar, vino un oficial y me dio un culatazo con su fusil, que me destrozó el riñón derecho. Todo esto fue presenciado por mi esposa, que estaba en una peluquería situada en la misma esquina, donde hoy está la estación de servicio YPF. Unas cuadras más hacia el sur, en el sitio que ocupa hoy el Fonavi, en Lagos y Garay, mataron a la hija de un cuidador de caballos, Juan Copé, que aún no tenía 15 años.
-¿Qué pasó después?
Cuando caí, al mismo tiempo las tropas hicieron una redada en el Estadio Municipal, donde se habían escondido muchos compañeros. Los detuvieron y los subieron al camión. Al ver que estaba gravemente herido, los soldados les ordenaron a mis compañeros que me subieran a la caja del camión, y quedé allí tirado, como una bolsa de papas. De mi herida en el hombro manaba mucha sangre. De allí fuimos por 27 de Febrero hasta Oroño, en que doblamos hacia el Comando que estaba en Córdoba y Moreno. En Oroño y Rioja, quedamos bajo el fuego de francotiradores enrolados en los comandos civiles. En Córdoba y Alvear, donde estaban el «Colorado» Di Marco y otros militantes, los francotiradores mataron a un compañero. Al llegar al Comando, me vino a examinar un oficial y cuando se me arrimó le escupí la cara. Me dio un puñetazo y ordenó mi traslado a la Asistencia Pública, en Rioja y Balcarce. Allí quedé internado e incomunicado. En mi casa creían que había muerto y recién se enteraron acerca de mi suerte a fines de noviembre, dos meses después, en que me blanquearon y pasaron al Hospital Español. Me operaron y me recuperé muy trabajosamente.
-
Anexo 2: LEVANTAMIENTO DEL GENERAL VALLE.
9 de junio de 1956
Se produce en Buenos Aires el levantamiento cívico-militar del general Valle contra la dictadura militar de Aramburu y Rojas. Fracasado dicho intento dejó como saldo un gran número de muertos en distintos fusilamientos. En Rosario, para conocer el desarrollo de los hechos recurrimos al testimonio de Juan Lucero.
«El comisario Ricardo Díaz era el titular de la Comisaría 16. Por lo tanto resultaba inentendible, para los subalternos, encontrarse que a medida que iban llegando al destacamento, eran encerrados en distintas celdas por su propio superior que esgrimía para sus fines, la pistola reglamentaria que le servía para que a nadie se le ocurriera que la cosa iba en broma. Los compañeros Menéndez, Morales y Lapettina llegaron a la seccional y retiraron catorce fusiles, algunas armas cortas y al sumariante Vigil, que entusiasmado por la acción de su jefe se sumó a los complotados. Fueron a la casa de algunos compañeros a buscarlos, porque como suele ocurrir en estos casos, no falta quien “arruga” a último momento.
Un tal Scaramuzino que había quedado en conseguir armamento, dejó una bolsa con escopetas y algunas armas de uso civil y de caza, tiradas en el patio de don Pedro Héctor García, en Zelaya y Gurruchaga y desapareció. Después se enteraron que se había refugiado en las islas y permaneció mucho tiempo en ellas.
Cuando por distintos medios llegaron a las puertas del Regimiento 11 de Infantería, gritaron la consigna que habían convenido: “San Juan” (sabían que quien ocupaba la garita de guardia, estaba complotado con ellos). Pero, como respuesta, recibieron una ráfaga de ametralladora.
¿Qué había pasado? Los milícos se habían enterado del plan, cambiaron la guardia y les tendieron una ratonera.
La confusión los desconcertó, algunos lograron escapar y otros cayeron presos. Mientras tanto, otro grupo encabezado por Roque Ángel Jurjo, tomó la antena de LT2, ubicada en la zona de Fisherton y desde allí comenzaron a difundir proclamas llamando al alzamiento.
El ejército y la gendarmería lograron detectarlo y rodearon el lugar. Se produjo un combate de más o menos dos horas, algunos pudieron romper el cerco y escapar pero otros fueron tomados prisioneros.
Jurjo se encerró en la casilla y se trepó a un pequeño entrepiso, con la esperanza de no ser visto, sin darse cuenta que había cerrado con llave y dejado ésta del lado de adentro de la puerta. Lógicamente los milícos se dieron cuenta que alguien había quedado adentro y con su “mejor estilo” derrumbaron la puerta y tiraron una ráfaga de Fal por toda la habitación. Jurjo se entregó a los gritos y milagrosamente sin un rasguño. Aunque con él también detuvieron a Fernando Lopícolo, Juan José Barinaga, César Atilio Fernández, Osvaldo Demarco y Daniel Enrique Gómez.
Otros fueron hechos prisioneros cuando tomaban una sucursal de la empresa estatal de teléfonos (Entel) en Boulevard Rondeau, a unas pocas cuadras de Avenida Alberdi (Estación Sarratea).
También detuvieron a ciudadanos que al escuchar el mensaje revolucionario de Jurjo, tomaron algunos tranvías para ir a pedir armas al Regimiento, sin saber que el intento había fracasado, y tal como llegaban iban siendo detenidos.
La mayoría de los apresados permanecían en los pasillos de la planta baja de la ex jefatura. Osvaldo Mainetti, uno de los presos no peronista, era el dueño de la yerbatera “El Charrúa”. Los represores lo torturaron para que dijera dónde estaba el Gral. Lugand, pero no lograron sacarle una palabra. Llegaron a hacerle un simulacro de fusilamiento, pero tampoco consiguieron su objetivo. Entonces lo sacaron en un auto policial y lo trasladaron hasta su propia casa. Entran a la misma y toman a sus dos hijas adolescentes y les martillan en la cabeza. Ni así lograron que delatara a sus compañeros.
No obstante tenían sospechas que en su negocio estaba refugiado el General. Por lo tanto, entraron y revisaron todos los rincones… Claro, no sabían que había un sótano que servía de depósito, donde efectivamente se encontraban ocultos Lugand y el Tte. Cnel. Frascone.
Allí, y valiéndose de distintas tácticas y picardías, Mercedes Venesia (madre del ex Vice Gobernador de Santa Fe) les llevaba comida y otras provisiones, todos los días. Esta fraccionadora de yerba mate estaba ubicada en la calle Balcarce al trescientos, en la intersección con una pequeña cortada que hoy lleva el nombre del Gral. Enrique Lugand.
El día 12, cerca del mediodía, llegaba a la Jefatura un ómnibus que los trasladaría hasta el Regimiento. Nadie sabía qué había pasado en estos 3 días, pero suponían que el levantamiento había fracasado en todo el país y negros presagios se descargaban sobre sus posibles destinos.
Los cargaron en ese viejo colectivo, que conducía un suboficial bajo las órdenes del Capitán Gentile. Tomaron por calle San Martín hacia el sur hasta llegar a calle Gálvez, donde cruzan las vías del antiguo Ferrocarril Gral. Belgrano. En ese preciso instante un enorme tren de cargas los detuvo por algunos minutos.
A mí particularmente me llamaba mucho la atención que nos trasladaran tan lentamente. Incluso, que en un momento pararan el vehículo para revisar el motor porque según el capitán, algo andaba mal en el propulsor y fallaba constantemente. Levantaron el capot y estuvieron un buen rato revisando todo sin encontrar el motivo de la supuesta falla. Con el tiempo supe que trataban de salvarnos la vida.
Finalmente llegaron al regimiento y como se relata más arriba, fueron juzgados sumariamente sin ser bajados del ómnibus.
Entonces ocurrió lo inesperado. En el momento que Jurjo se dirigía al paredón para comenzar la serie de ejecuciones, el Capitán Gentile viene corriendo por ese enorme prado que los separaba de la comandancia gritando desaforadamente que se había levantado el toque de queda, salvando nuestras vidas».
CARTA DEL GENERAL VALLE A ARAMBURU
Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado. Debo a mi Patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y de militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido.
Para liquidar opositores les pareció digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó astucia o perversidad para adivinar la treta.
Así se explica que nos esperaran en los cuarteles, apuntándonos con las ametralladoras, que avanzaran los tanques de ustedes aun antes de estallar el movimiento, que capitanearan tropas de represión algunos oficiales comprometidos en nuestra revolución. Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí esta inconcebible y monstruosa ola de asesinatos.
Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas, verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados.
Porque ningún derecho, ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones.
La palabra «monstruos» brota incontenida de cada argentino a cada paso que da.
Conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral. Nuestro levantamiento es una expresión más de la indignación incontenible de la inmensa mayoría del pueblo argentino esclavizado. Dirán de nuestro movimiento que era totalitario o comunista y que programábamos matanzas en masa. Mienten. Nuestra proclama radial comenzó por exigir respeto a las instituciones y templos y personas. En las guarniciones tomadas no sacrificamos un solo hombre de ustedes. Y hubiéramos procedido con todo rigor contra quien atentara contra la vida de Rojas, de Bengoa, de quien fuera. Porque no tenemos alma de verdugos. Sólo buscábamos la justicia y la libertad del 95% de los argentinos, amordazados, sin prensa, sin partido político, sin garantías constitucionales, sin derecho obrero, sin nada. No defendemos la causa de ningún hombre ni de ningún partido.
Es asombroso que ustedes, los más beneficiados por el régimen depuesto, y sus más fervorosos aduladores, hagan gala ahora de una crueldad como no hay memoria. Nosotros defendemos al pueblo, al que ustedes le están imponiendo el libertinaje de una minoría oligárquica, en pugna con la verdadera libertad de la mayoría, y un liberalismo rancio y laico en contra de las tradiciones de nuestro país. Todo el mundo sabe que la crueldad en los castigos la dicta el odio, sólo el odio de clases o el miedo. Como tienen ustedes los días contados, para librarse del propio terror, siembran terror. Pero inútilmente. Por este método sólo han logrado hacerse aborrecer aquí y en el extranjero. Pero no taparán con mentiras la dramática realidad argentina por más que tengan toda la prensa del país alineada al servicio de ustedes.
Como cristiano me presento ante Dios, que murió ajusticiado, perdonando a mis asesinos, y como argentino, derramo mi sangre por la causa del pueblo humilde, por la justicia y la libertad de todos no sólo de minorías privilegiadas. Espero que el pueblo conozca un día esta carta y la proclama revolucionaria en las que quedan nuestros ideales en forma intergiversable. Así nadie podrá ser embaucado por el cúmulo de mentiras contradictorias y ridículas con que el gobierno trata de cohonestar esta ola de matanzas y lavarse las manos sucias en sangre. Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos. Viva la patria.
Juan José Valle. Buenos Aires, 12 de junio de 1956.